Otra pregunta aborda nuestra conciencia: ¿cómo se puede llamar no dar alimento y agua a una persona, sino homicidio? Ante el drama de la vida débil o herida, la única respuesta razonable y humana que traduce el tormento interior que a todos nos afecta es el de las religiosas de Lecco. Durante 15 años estas religiosas han acogido con amor a Eluana atendiéndola día y noche y manifestando hasta el final el deseo de sacarla adelante cada día con el amor. De esta manera han mostrado, y no con palabras, cómo se actúa ante lo imprevisible del dolor y cómo se actúa ante la indisponibilidad de la vida. Una luz se esta apagando, la luz de una vida. E Italia esta más oscura. Un gran vacío nos sobrevuela, destinado a crecer en los días sucesivos. Y no sólo porque Eluana no estará ya más entre nosotros, sino porque la cultura hegemónica habrá negado una vez más la realidad de la limitación, la realidad del dolor, que la razón -incluso buscando aliviarlo- ha considerado siempre parte de la vida misma. La realidad del sufrimiento, que la fe no exalta como tal, pero que en la cruz de Cristo se ilumina de significado y de valor. Se percibe la sensación de que la confianza recíproca falla porque de hecho ha fallado el favorecer la vida, que desde siempre es la base de las relaciones interpersonales. Debemos preocuparnos seriamente ante la concatenación de circunstancias que han producido una solución inaceptable como ésta. Este doloroso asunto, que pone en el centro a una persona que todos sentimos nuestra, nos ha dejado más inseguros. No perdamos la ocasión para reafirmar de manera más convencida y coral el sí a la vida; para dar, como sociedad, un paso decisivo y ejemplar en el camino del humanismo real y no de palabrería. Por esto no podemos callar. La cruz de Cristo será la ruina del demonio, y por este motivo Jesús no deja de enseñar a sus discípulos que para entrar en su gloria debe sufrir mucho, ser rechazado, condenado y crucificado (Cf. Lucas 24, 26), pues el sufrimiento forma parte de su misión. Publicamos también un resumen del Ángelus del pasado día 1 de febrero de 2009 del Papa Benedicto XVI, en la Plaza de San Pedro, al que se refiere el Cardenal Bagnasco en su editorial. Jesús sufre y muere en la cruz por amor. De esta manera, ha dado sentido a nuestro sufrimiento, un sentido que muchos hombres y mujeres de todas las épocas han comprendido y han hecho propio, experimentando serenidad profunda incluso en la amargura de duras pruebas físicas y morales. Precisamente "la fuerza de la vida en el sufrimiento" es el tema que los obispos italianos han escogido para el acostumbrado mensaje con motivo de esta Jornada para la Vida. Me uno de corazón a sus palabras, en las que se experimenta el amor de los pastores por la gente, y la valentía para anunciar la verdad, el valor para decir con claridad, por ejemplo, que la eutanasia es una falsa solución al drama del sufrimiento, una solución que no es digna del hombre. La verdadera respuesta no puede ser la de provocar la muerte, por más "dulce" que sea, sino testimoniar el amor que ayuda a afrontar el dolor y la agonía de manera humana. Podemos estar seguros: ninguna lágrima, ni de quien sufre ni de quien está a su lado, se pierde ante Dios. La Virgen María custodió en su corazón de madre el secreto de su Hijo, compartió el momento doloroso de la pasión y de la crucifixión, apoyada por la esperanza de la resurrección. Le encomendamos a ella a todas las personas que sufren y a quien se compromete diariamente en apoyarlas, sirviendo a la vida en cada una de sus fases: padres, agentes sanitarios, sacerdotes, religiosos, investigadores, voluntarios, y muchos otros. Rezamos por todos. | |