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Cuaresma 2012

 

D. Luis Betés se centra en el misterio pascual y nos ayuda a prepararnos para vivirlo cristianamente
La pascua es el centro del año litúrgico y el corazón de la vida del cristiano. Por eso nos preparamos despacio y bien. Cuarenta días, mes y medio, pueden ser suficientes para llegar en forma a la Semana Santa. “Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría de la Pascua” (Mensaje Cuaresma 2012).
Cuarenta días de preparación, de ayuno y abstinencia, porque así como la primavera nos descubre los excesos del invierno que se manifiestan en algunos kilos de más y tenemos que afrontar los peligros de la obesidad, así también la pascua Florida nos ayuda a detectar esas rutinas que desvirtúan nuestra vida cristiana y que debemos corregir para ser más auténticos.
Cuarenta días, también, de limosna, porque como miembros de la familia de Dios, no podemos sentirnos a gusto sabiendo que hermanos nuestros pasan necesidad, sobre todo en estos tempos de crisis, en el que tantos millones de seres humanos lo pasan mal, si es que llegan a sobrevivir. Compartir lo que tenemos con los que tienen menos o no tienen nada es indispensable para que la Pascua sea una verdadera fiesta, que anticipe esa gran fiesta que esperamos y que llamamos el cielo.
Cuarenta días también de oración, de hacer uso del móvil y entrar en comunicación con nuestro Padre, que nos escucha por cualquier medio. Guardar silencio, de vez en cuando, para escuchar su palabra en la eucaristía, en celebraciones litúrgicas especiales, lectura personal de la Biblia, escuchar con atención y cariño a los que están y se sienten solos. Y dirigirle nuestra palabra, nuestras oraciones, nuestras peticiones, nuestros sentimientos.
Disfrutar de la presencia de Dios, llenarnos de gozo en la contemplación de su providencia, saborear su cariño y ternura en esas ocasiones de la vida, de mi vida.
Cuarenta días. En realidad toda la vida. Pues toda la vida es preparación y camino hacia la Pascua definitiva, el cielo,   nuestra casa, donde nos espera el Padre con los brazos abiertos. Vamos a su encuentro. Que para eso hemos nacido y para eso vivimos. Esa es la razón de nuestra vida. Por eso lo vamos a celebrar. Y lo vamos a hacer  con entusiasmo, con alegría, en familia, con todos los de nuestra parroquia, con toda la Iglesia, con todos los que quieran.
 
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