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Soplos del Espíritu, por Luis Alloza

 

CONOCER A JESÚS

Creer para conocerlo, conocerlo para amarlo, amarlo sin conocerlo

Como me ha pasado infinidad de veces, la lectura del día me abre el camino y me ha hecho meditar sobre la homilía del padre Alberto Linero, en la eucaristía de clausura de la XXXIV Asamblea Nacional de la Renovación Carismática Católica en España, en la que se preguntaba y nos preguntaba porque Jesús no hizo milagros en Nazaret, y cual es el mensaje que nos quiere transmitir hoy y ahora.

La lectura es del Libro de Oseas 2,16.17b-18.21-22. “Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón. Desde allí, le daré sus viñedos y haré del valle de Acor una puerta de esperanza. Allí, ella responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto. Aquel día -oráculo del Señor- tú me llamarás: "Mi esposo" y ya no me llamarás: "Mi Baal".

Yo te desposaré para siempre, te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor.

Conocerle, es tanto como alcanzar la vida eterna y es una promesa que cumplirá. “Y ésta es la vida eterna: Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado”. Juan 17, 1-3

 Nunca acabamos de conocer a Jesús en esta vida. Y darse cuenta de eso es indispensable, porque si creemos conocerle, en realidad lo estamos encasillando, encorsetando y El no se puede abarcar. Somos nosotros quienes hemos de ajustarnos a El, quienes nos hemos de poner el manto de Jesús y abandonar el nuestro, como hizo el ciego Bartimeo. No podemos pretender que Dios se ponga nuestro manto, abandonando el suyo.

 Y muchas veces, sobre todo cuando le pedimos algo, le estamos haciendo un traje a nuestra medida, porque no lo vemos pero creemos conocerlo, “creando” a Dios según nuestra imagen y semejanza. Hemos invertido los roles de Dios y el hombre en la creación. No es Dios quien nos crea a su imagen y semejanza. Somos nosotros los que creamos a Dios.

 

Estamos tratando de que Dios se ponga en nuestro lugar, haga lo que haríamos nosotros, cuando lo haríamos nosotros y como lo haríamos nosotros. En la oración, sin darnos cuenta, podemos caer en la tentación de quitar a Dios y  colocamos nosotros, sustituir a Dios por nosotros, no dejarle hacer de Dios y querer hacer nosotros mismos de dios. Y Dios tiene sus caminos que no son los nuestros, tiene su propia y Santísima voluntad que no podemos forzar, y obra, según su divino estilo, manejando tiempos y maneras. Eso si, sabemos que es siempre justo en sus designios  y están llenas de amor todas sus obras. (salmo 144) Sabemos que nos ama con locura, apasionadamente. Nos ama hasta el extremo.

En Nazaret Jesús no pudo actuar porque creían conocerle, porque lo habían etiquetado como el hijo del carpintero Porque ciegos por sus prejuicios no podían ver al verdadero Dios que quería transformarlos, volverlos a su primitiva condición, recrearlos como habían sido creados en un principio, a su imagen y semejanza.  Pero Jesús no podía hacer milagros, solo alguna curación física, algo provisional y no transformante, porque no le conocían  ni le reconocían como el Mesías.

Conocer a Jesús es tarea de cada día, tarea nunca cumplida de forma definitiva en la tierra. Nuestra actitud debería ser levantarnos cada mañana con la convicción de que seguimos sin conocer a Jesús, de que toda nuestra búsqueda anterior ya no nos vale, de que todo nuestro conocimiento de El adquirido en el pasado, hasta ayer mismo, puede llegar a ser un obstáculo para conocer al verdadero Jesús, que trata de dársenos a conocer cada día, cada instante, de forma siempre nueva y sorprendente, que sacia nuestra sed  de cada día, que nos da a beber el agua viva que mana de un torrente inacabable. “…el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna” (Juan 4,14). «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?» (Sal 41-42). Es una fuente inagotable que sacia la sed del alma de conocer a Dios, cada día y de forma definitiva cuando descanse en El. Es lo que San Agustín dice al exclamar: «nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti»  Por su parte,  San­ta Teresa de Ávila escribe: «Sed me parece a mí quiere decir deseo de una cosa que nos hace gran falta, que   si del todo nos falta, nos mata» (Camino de perfec­ción, c. XIX).

No deberíamos convertir el torrente en una planta embotelladora de agua mineral, ni nos vale de nada acumular garrafas para tiempos de sequía. El agua viva, que vivifica, que da a conocer el rostro de Dios, no esta estancada o almacenada en nuestra mente, en nuestro entendimiento, esta brotando desde lo más profundo de nuestro corazón, allí donde habita el Espíritu de Dios. Y esta convicción es válida para todos, incluso como dice el padre Linero, para gente muy letrada e instruida, para teológos o sacerdotes. Es preciso reconocer con humildad que no le conocemos, que no le comprendemos y que sin embargo le amamos, que nos hemos enamorado ciegamente, apasionadamente de El sin conocerlo. El cada día, ahora, se nos entrega y se da a conocer, preferentemente a los más sencillos y humildes de corazón. A cada uno de nosotros nos ha herido  de amor. “¡Oh Dulce Jesús! Herid mi corazón, a fin de que mis lágrimas de amor y penitencia me sirvan de pan, día y noche. Convertidme enteramente, Oh mi Señor, a Vos. Haced que mi corazón sea Vuestra Habitación perpetua” (Oraciones de Santa Brígida).

Ese amor nos hace tener sed de El y le pedimos que nos de de beber, que se nos dé a conocer, en cada situación, en cada momento. Conocer a Jesús es irle haciendo un hueco cada vez más grande en nuestro corazón. Dejarle sitio, porqué El actúa desde nuestro corazón. Hemos de amenguar para que el crezca en nosotros. Nos hemos de hacer pequeños para que Él se haga grande en nosotros. Y eso cada día de nuestra vida. Cada día esforzarnos por descubrir a Jesús, por apreciar en Él, la Palabra viva del Padre, nuevas facetas de su personalidad maravillosa.

Luego he leído la homilía del papa y he copiado lo más significativo, sobre el mismo tema:

Y en Nazaret, "la dureza de corazón de su gente es para Él oscura, impenetrable; ¿cómo es posible que no reconozcan la Verdad? ¿Por qué no se abren a la bondad de Dios, que ha querido participar de nuestra humanidad?".

"Y mientras nosotros, también nosotros", insiste Benedicto XVI, "buscamos siempre nuevos signos, nuevos prodigios, no nos damos cuenta de que el verdadero Signo es Él, Dios encarnado, y que Él es el mayor milagro del universo: todo el amor de Dios contenido en un corazón humano, en un rostro de hombre".

Frente a esa actitud cicatera de sus paisanos, la actitud de la Virgen María: "No se escandaliza de su Hijo. Su asombro ante Él está lleno de fe, lleno de amor y de alegría al verlo tan humano y tan divino. Aprendamos pues de ella, de nuestra Madre en la fe, a reconocer en la humanidad de Cristo la perfecta revelación de Dios", concluyó el Papa su mariano mensaje del Angelus.

 
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