Menu
Sínodo de los Obispos
Los Mosaicos de Rupnik
Textos fundamentales y Catequesis del Papa
Plan de Pastoral
Noticias de la Archidiócesis
Horarios Misa
Galería de Fotos
Actividades parroquiales
Despacho Parroquial
Responsables
Actividades
Correo
Noticias ACI Prensa
RECURSOS
Fotos

Debe tener habilitados los applets Java para ver las noticias de Zenit aquí.
BALANCE DEL AÑO 2008, por el Papa Benedicto XVI
 Publicamos a final de año el Balance del Año que realizó el pasado día 22 de diciembre el Papa Benedicto XVI a los Miembros de la Curia Romana. En él repasa los acontecimientos eclesiales más importantes de este año, y nos anima en una serie de temas centrales que pueden constituir un esquema de los objetivos personales y comunitarios para este próximo año. Lo hemos resumido y destacado con subrayados nuestros.

--------------------------------

Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado, queridos hermanos y hermanas:

La Navidad del Señor está a las puertas. Cada familia siente el deseo de reunirse, para disfrutar la atmósfera única e irrepetible que esta fiesta es capaz de crear… Me gusta pensar que sea casi una prolongación de aquella misteriosa alegría, de aquella íntima exultación que invadió a la santa Familia, a los Ángeles y los Pastores de Belén, en la noche en que Jesús vio la luz. La definiría como "atmósfera de la gracia", pensando en la expresión de san Pablo en la Carta a Tito: "Ha aparecido la Gracia de Dios nuestro Salvador a todos los hombres".

El año que está a punto de terminar ha sido rico en miradas retrospectivas a fechas importantes de la historia reciente de la Iglesia, pero rico también en acontecimientos, que traen consigo señales de orientación para nuestro camino hacia el futuro.

Hace cincuenta años moría el papa Pío XII, hace 50 años era elegido papa Juan XXIII. Han pasado cuarenta años de la publicación de la Encíclica Humanae vitae y treinta años de la muerte de su autor, el Papa Paolo VI. El mensaje de estos acontecimientos ha sido recordado y meditado de muchas formas a lo largo del año, tanto que no quisiera detenerme nuevamente en ellos ahora.

La mirada de la memoria, sin embargo, se ha dirigido aún más atrás de los acontecimientos del siglo pasado, y precisamente así nos ha dirigido hacia el futuro: la noche del 28 de junio, en presencia del patriarca ecuménico Bartolomé I de Constantinopla y de representantes de muchas otras Iglesias y comunidades eclesiales pudimos inaugurar en la Basílica de San Pablo Extramuros el Año Paulino, en recuerdo del nacimiento del apóstol de los gentiles hace dos mil años. Pablo no es para nosotros una figura del pasado. Mediante sus cartas, nos habla aún hoy. Y quien entra en diálogo con él, es empujado por el hacia el Cristo crucificado y resucitado. El Año Paulino es un año de peregrinación no sólo en el sentido de un camino exterior hacia los lugares paulinos, sino también, sobre todo, en una peregrinación del corazón, junto con Pablo, hacia Jesucristo. En definitiva, Pablo nos enseña también que la Iglesia es Cuerpo de Cristo, que la Cabeza y el Cuerpo son inseparables y que no puede haber amor a Cristo sin amor a su Iglesia y a su comunidad viviente.

Surgen particularmente ante los ojos tres acontecimientos específicos del año que está por concluir. Ha estado ante todo la Jornada Mundial de la Juventud en Australia, una gran fiesta de la fe, que ha reunido a más de 200.000 jóvenes de todas partes el mundo y les ha acercado no sólo externamente --en sentido geográfico-- sino, con su contagiosa alegría de ser cristianos, también interiormente. Junto a ello hubo dos viajes, uno a los Estados Unidos y otro a Francia, en los que la Iglesia se ha hecho visible ante el mundo y para el mundo como una fuerza espiritual que indica caminos de vida y, mediante el testimonio de la fe, trae la luz al mundo. Fueron días que irradiaban luminosidad, irradiaban confianza en el valor de la vida y en el empeño por el bien. Por último, hay que recodar el Sínodo de los Obispos: pastores procedentes de todo el mundo se reunieron alrededor de la Palabra de Dios, que había sido alzada en medio de ellos; en torno a la palabra de Dios, cuya gran manifestación se encuentra en la Sagrada Escritura. Lo que en el día a día damos a menudo por descontado, lo hemos captado de nuevo en su sublimidad: el hecho de que Dios habla, de que Dios responde a nuestras preguntas. El hecho de que Él, aunque en palabras humanas, hable en persona y podamos escucharle y, en la escucha, aprender a conocerlo y a comprenderlo. El hecho de que Él entre en nuestra vida plasmándola y que nosotros podamos salir de nuestra vida y entrar en la inmensidad de su misericordia. Así nos hemos dado cuenta otra vez de que Dios en esta Palabra suya se dirige a cada uno de nosotros, habla al corazón de cada uno: si nuestro corazón se despierta y el oído interior se abre, entonces cada uno puede aprender a escuchar la palabra que se le dirige a propósito para él… Esperemos ahora que las experiencias y los logros del Sínodo influyan eficazmente en la vida de la Iglesia: sobre la relación personal con las Sagradas Escrituras, sobre su interpretación en la Liturgia y en la catequesis, como también en la investigación científica, para que la Biblia no se quede en una palabra del pasado, sino que su vitalidad y actualidad sean leídas y reveladas en la amplitud de dimensiones de sus significados.

Los viajes pastorales de este años han hecho referencia a la presencia de la Palabra de Dios, a Dios mismo en el actual momento de la historia: su verdadero sentido sólo puede ser el de servir a esta presencia. …Especialmente el fenómeno de las Jornadas Mundiales de la Juventud se convierte cada vez más en un objeto de análisis, en el que se intenta entender esta especie, por así decirlo, de cultura juvenil… ¿Cuál es, por tanto, la naturaleza de lo que sucede en una Jornada Mundial de la Juventud? ¿Cuáles son las fuerzas que actúan en ella? Análisis en boga tienden a considerar estas jornadas como una variante de la cultura juvenil moderna, como una especie de festival rock modificado en sentido eclesial con el Papa como estrella. Con o sin fe, estos festivales serían en el fondo siempre lo mismo, y así se piensa poder obviar la pregunta sobre Dios. Hay también voces católicas que van en esta dirección, valorando todo esto como un gran espectáculo, incluso bonito, pero de poco significado para la pregunta sobre la fe y sobre la presencia del Evangelio en nuestro tiempo. Serían momentos de un éxtasis festivo, pero que a fin de cuentas dejaría todo como antes, sin influir de forma más profunda en la vida.

Con todo, la peculiaridad de esas jornadas y el particular carácter de su alegría, de su fuerza creadoras de comunión, no encuentran explicación. Ante todo es importante tener en cuenta el hecho de que las Jornadas Mundiales de la Juventud no consisten sólo en esa única semana en la que se hacen visibles al mundo. Hay un largo camino exterior e interior que conduce a ella. La Cruz, acompañada por la imagen de la Madre del Señor, hace una peregrinación por los países. … El Papa no es la estrella en torno a la cual gira todo. Él es totalmente y solamente vicario. Remite al Otro que está en medio de nosotros. Finalmente la liturgia solemne es el centro de todo, porque en ella sucede lo que nosotros no podemos realizar y de lo que, con todo, estamos siempre a la espera. Él está presente, Él entra en medio de nosotros. Se ha abierto el cielo y esto hace luminosa la tierra. Esto es lo que hace alegre y abierta la vida y lo que nos une con una alegría que no es comparable con un festival rock. Friedrich Nietzsche dijo en una ocasión: "la habilidad no está en organizar una fiesta, sino en traer a personas capaces de poner alegría". Según la Escritura, la alegría es fruto del Espíritu Santo (cf. Gal 5,22): este fruto era perceptible abundantemente en los días de Sydney. De este modo, hemos llegado al tema central de Sydney que era precisamente el Espíritu Santo. Desde esta perspectiva, quisiera mencionar a modo de síntesis la orientación implícita de este tema. Teniendo en cuenta el testimonio de la Escritura y de la Tradición, se pueden reconocer con facilidad cuatro dimensiones en el tema del "Espíritu Santo".

1. … El hecho de que la tierra, el cosmos, reflejen al Espíritu creador, significa que sus estructuras racionales --que más allá del orden matemático, en el experimento, se hacen casi palpables-- llevan en sí una orientación ética. … la Iglesia no puede y no debe limitarse a transmitir a sus fieles sólo el mensaje de la salvación. También tiene una responsabilidad con la creación y tiene que cumplir esta responsabilidad en público. Y, al hacerlo, no sólo tiene que defender la tierra, el agua, el aire, como dones de la creación que pertenecen a todos. Tiene que proteger también al hombre contra su propia destrucción. Es necesario que haya algo como una ecología del hombre, entendida en el sentido justo. …Los bosques tropicales merecen, ciertamente, nuestra protección, pero no menos la merece el hombre como criatura, en la que está inscrito un mensaje que no contradice a nuestra libertad, sino que es su condición…

2. Permitidme una breve mención ulterior sobre las demás dimensiones de la pneumatología. Si el Espíritu creador se manifiesta ante todo en la grandeza silenciosa del universo, en su estructura inteligente, la fe, además de esto, nos dice algo inesperado: es decir, este Espíritu habla también, por así decir, con palabras humanas, ha entrado en la historia y, como fuerza que plasma la historia, es también un Espíritu que habla, es más, es Palabra que en los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento nos sale al encuentro. Lo que esto significa para nosotros lo ha expresado maravillosamente san Ambrosio, en una de sus cartas: "También ahora, mientras leo las divinas Escrituras, Dios pasea en el Paraíso" (Epístola 49, 3). También hoy nosotros, al leer la Escritura podemos como vagar por el jardín del Paraíso y encontrar a Dios que se pasea por allí: entre el tema de la Jornada Mundial de la Juventud en Australia y el tema del Sínodo de los Obispos se da una profunda relación interior.

3. De este modo, hemos llegado a la tercera dimensión de la pneumatología, que consiste precisamente en el hecho de que Cristo y el Espíritu Santo no pueden separarse. Esto se muestra de la manera quizá más bella en la narración de san Juan sobre la primera aparición del Resucitado ante los discípulos: el Señor sopla sobre sus discípulos y de este modo les da el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el soplo de Cristo. Y como el soplo de Dios en la mañana de la creación había transformado el polvo del suelo en el hombre viviente, del mismo modo el soplo de Cristo nos acoge en la comunión ontológica con el Hijo, nos hace una nueva creación. Por este motivo, el Espíritu Santo nos hace decir junto con el Hijo: "¡Abbá, Padre!" (Cf. Juan 20, 22; Romanos 8, 15).

4. De este modo, como cuarta dimensión, emerge espontáneamente la relación entre el Espíritu y la Iglesia. … En el conjunto del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia encontramos nuestra tarea, vivimos los unos para los otros y los unos en dependencia de los otros, viviendo en profundidad de Aquél que vivió y sufrió por todos nosotros y que a través de su Espíritu nos atrae hacia sí en la unidad de todos los hijos de Dios. "¿Quieres tú también vivir del Espíritu de Cristo? Entonces debes estar en el Cuerpo de Cristo", dice Agustín en este sentido (Tr. in Jo. 26, 13).

La fiesta es parte integrante de la alegría. La fiesta se puede organizar, la alegría no. Sólo puede ofrecerse como don; y, de hecho, se nos ha dado en abundancia: por eso nos sentimos agradecidos. Así como Pablo califica la alegría fruto del Espíritu Santo del mismo modo también Juan, en su Evangelio, ha unido íntimamente el Espíritu y la alegría. El Espíritu nos da la alegría. Y es la alegría. La alegría es el don en el que todos los demás dones están resumidos. Es la expresión de la felicidad, del estar en armonía consigo mismos, algo que sólo puede derivarse de estar en armonía con Dios y con su creación. Forma parte de la naturaleza de la alegría el irradiarse, tener que comunicarse. El espíritu misionero de la Iglesia no es más que el impulso por comunicar la alegría que se nos ha dado. Que siempre esté viva en nosotros y, después, que se irradie en el mundo en sus tribulaciones: este es mi auspicio para finales de este año. Junto con un sentido agradecimiento por todas vuestras fatigas y obras, os deseo a todos que esta alegría, que se deriva de Dios, se nos dé abundantemente también en el Año Nuevo.

Confío estos deseos a la intercesión de la Virgen María, Mater divinae gratiae, pidiéndola poder vivir las festividades navideñas en la alegría y en la paz del Señor. Con estos sentimientos, os imparto de corazón a todos vosotros la bendición apostólica.

BENEDICTO XVI.

 
< Anterior   Siguiente >